En contacto con los gigantes

*Un rato con la ballena gris en la laguna Ojo de Liebre, en Guerrero Negro

Crispín Garrido Mancilla/ Texto y fotos
Denisse Carrión Córdova/ Video

Guerrero Negro, BCS.- Eran como las 11 de la mañana, cuando abordamos la lancha, piloteada por Tito, en la ribera de la laguna Ojo de Liebre, en el “codo” de la Península de Baja California.



Ya se habían recibido las instrucciones sobre la ballena gris, qué se puede hacer al tocarlas y qué no, junto con una semblanza somera sobre lo que son estos gigantes; amistosos, pero al fin salvajes.
Antes de subir había que ajustarse los chalecos salvavidas y la lancha no se movió hasta que todos estaban debidamente sentados y distribuido el peso para la navegación.


La lancha enfiló hacia el oeste a toda velocidad, golpeando con el casco las crestas de las pequeñas olas. Por un lado se divisaba la cordillera de dunas de arena pintadas de blanco por la elevada concentración de sal. Del otro lado, la inmensidad de una tierra firme desesperantemente plana.
De pronto, las olas aumentaron de tamaño y el horizonte se abrió hacia el Océano, donde las olas más altas rompían y formaban espuma blanca. La lancha disminuyó su velocidad y empezó a cabalgar olas de uno a dos metros.
--Ya es área de ballenas –anunció Tito--. Y todos comenzamos a estirar el cuello, aferrados a la lancha para no caer por la fuerza del oleaje.

--¡El que vea la primera!
--¡Veo algo! --dijo uno de los pasajeros.
Pero en realidad eran un par de delfines que jugaban a no ser fotografiados y que se alejaron laguna adentro, indiferentes.
No iba a ser tan fácil. La lancha comenzó a navegar en el mar, paralela a la costa. Nadie estaba en paz. Cada uno quería ser el primero en ver una ballena, lo cual casi para todos era una primera vez.

Durante 20 minutos, que parecieron una hora, la lancha se acercó a otras que estaban allá, en medio de las olas y de las que resaltaban los chalecos salvavidas.
De pronto, en forma vertical emergió un ballenato y todos lanzaron exclamaciones de júbilo.
--Ven, bebé --dijo el guía, Fernando Cuevas Rodríguez, de la empresa Tours in Baja--. Golpeó suavemente el casco de la lancha y lanzó agua con la mano.

El ballenato se acercó. Pasó por debajo de la lancha y se perdió. Del otro lado, a unos 15 metros, emergió la imponente figura de la madre, que se hizo cargo de su cría y ambos optaron por alejarse.
El primer contacto visual estaba hecho.
De acuerdo con Tito, a esa hora las ballenas iban de regreso hacia la laguna, al comenzar a subir la marea. Habían salido a comer un poco y a empezar a entrenar a sus bebés, nacidos en la laguna en el transcurso del invierno, para la supervivencia en mar abierto, durante su largo trayecto hacia Alaska, donde chicos y grandes serían acechados principalmente por tiburones y orcas, y donde sólo dos terceras partes sobrevivirá.

Durante otra hora, la lancha navegó en diferentes sentidos, siempre a cierta distancia de una boya que le servía a Tito como referencia.
Ya nos habían explicado que el ruido del motor es el que atrae a las ballenas. La madre, que pesa entre 15 y 30 toneladas, se cerciora que no haya peligro y si siente confianza, ya llegan ambos.
A distancia, se veía a las ballenas saltar sobre el agua, mientra enfilaban hacia la laguna, que era el hogar todavía de unas 600, que terminarían de partir en un par de semanas.
Puestos ya en el sitio, parecía algo tan natural ver a esos colosos tenderse sobre el agua; pero faltaba aún lo más impresionante.

Luego de un largo de lidiar con las olas, de repente flotó a unos 15 metros de la lancha un ballenato, que lanzó una exhalación, con la que formó una fina llovizna. Luego flotó el gigantesco cuerpo de la madre, en clara anuencia de que ese grupo de humanos anaranjados no representaban peligro.
--¡Esa es nuestra! --exclamó Fernando, con su vasta experiencia.
Y sí. El bebé (tendría acaso dos meses de nacido y 600 kilos de peso) se acercó suavemente hacia la lancha, lanzando géiseres por la nariz, como un cachorro que busca ser acariciado. En la lancha había éxtasis. Pero no era fácil tocar al ballenato, por su inmenso tamaño y la intensidad del oleaje.

Se sumergía y salía del otro lado, para repetir su acercamiento jovial. Luego se acercó la madre, con su corpulencia descomunal, y se pegó al casco de la lancha para ser tocada. Se podían ver sus ojos apacibles, sus orificios nasales, los moluscos adheridos a la piel gris, que da nombre a su especie.
Ya en confianza, se acercaban madre e hijo, como gigantescos submarinos, pero en son de amistad, ya fuera por la parte de popa, de proa o a cualquiera de los lados. Siempre fueron suaves, al sumergirse o al emerger, como cuidando de no causar un daño.
Luego se alejaron, seguramente rumbo a la laguna. Y siguió a la distancia el concierto de saltos de colosos por un lado y otro, para quedar grabados en la memoria.

Era tiempo de regresar a tierra firme. Algunos mareados, otros cansados y asoleados. Pero todos felices.
Agradecemos a la Asociación Baja Sand que encabeza Víctor Loza Bazán, quien cada año organiza The Gray Whale Tour, con el fin de recaudar fondos para realizar el Festival de Arte en Arena, que este año se efectuará los días 25, 26 y 27 de agosto en Playas de Rosarito, Baja California.

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